ME CHIRRÍA: Mezclando nombres reales y ficticios

En la ficción todo vale, ya lo sabéis, pero, aunque todo valga, soy partidario de que se busque la uniformidad. Que si se opta por algo, se siga con ese algo. Si un escritor se pone con una novela inspirada en hechos reales y decide que sus personajes tengan nombres ficticios, estupendo. Si decide que tengan nombres ficticios y, tras usarlos, recupera los propios, los reales, acaba quebrantando su decisión y merma, con ello, la confianza que le tenga el público al que se dirige. Cambiemos escritor por guionista y novela por telenovela y veamos un vídeo que puede ilustrar bastante bien esto que os acabo de comentar.

En El Señor de los Cielos se habla, y mucho, de política. La acción transcurre con simultaneidad a nuestros días desde hace dos o tres temporadas. Una de las reglas manejadas por sus guionistas es referir personajes reales con nombres inventados pero que recuerdan al real. Así las cosas, Nicómedes Upana es Nicolás (Maduro) y Gómez Labrador es (Andrés) López Obrador, por poner dos ejemplos. Sin embargo, Putin es Putin, como habéis visto en esta escena, emitida hace un mes en Telemundo.

Quizás pueda parecer una banalidad, pero es algo que descoloca. Habituado a escuchar nombres ficticios para personajes reales, que están vivos o pueden estarlo, que me hablen de Putin me resultó sorprendente. Han quebrantado una fórmula que establecieron hace casi diez años, cuando decidieron que Amado Carrillo sería Aurelio Casillas y que continuaron con otros muchos ejemplos, como el Chema, inspirado en el Chapo, o Enrique Morejón, inspirado en Felipe Calderón. Imagino que es más posible que caiga una demanda de López Obrador que de Putin, y que por eso se hayan decidido a no cambiarle el apellido. Deseo que haya sido también para concienciar sobre quién es el principal responsable de una guerra absurda, que lleva un año y pico fastidiando a ucranianos, rusos y al planeta en general. También aplaudo la valentía de señalar o dejar caer los posibles intereses de otros gobiernos en un conflicto que, lamentablemente, está lejos de concluir.