Llevaba
tiempo queriendo abrir un apartado para contaros algunas vivencias personales
ligadas o relacionadas con las telenovelas.
Por
fin me he animado a ello. Comienzo con una muy divertida… Por lo menos, para
mí.
20
de abril de 2010, hace ya más de cinco años. Varios amigos fuimos a pasar el
día a Puente Viesgo, un pequeño pueblo de Cantabria, famoso por sus cuevas
rupestres de El Castillo y La Moneda (habíamos ido precisamente a visitarlas) y
por su balneario.
De
vuelta a Oviedo (capital de Asturias, en la que vivo como muchos sabéis), y
viendo que aún eran las seis y algo de la tarde, decidimos parar en
Villaviciosa (una villa preciosa de las muchas que tiene esta región) a tomar
algo.
Entramos
en un bar, pequeño, situado a dos pasos del ayuntamiento. Entramos… O lo
intentamos, porque tuvimos que sentarnos en la mesa más próxima a la puerta. El
bar estaba lleno. Lo primero que pensé, fue que habría algún partido de fútbol
o habría ocurrido una tragedia de esas que hace que la gente se ‘pegue’ al televisor.
No
había fútbol, pero tampoco ninguna tragedia… O casi, porque una mujer estaba a
punto de caer desde lo alto de una iglesia. Un sacerdote la sujetaba intentando
que no se viniera abajo. Y lo estaban emitiendo por la tele. Era parte, como
habréis podido deducir al ver la foto que acompaña al texto, del final de “En nombre del amor”, que TVE emitía aquel
día y que yo había visto unos días antes por internet.
La
tía Carlota finalmente se cayó. Y en una de las siguientes escenas aparecía en
la cárcel en silla de ruedas. “Véis, ¡ya
sabía yo que esta iba a acabar en silla de ruedas!”, comentaba la camarera
con varios clientes al verlo, y en referencia a los capítulos anteriores, en
los que la pérfida Carlota Espinoza de los Monteros finge estar paralítica.
No
nos atendió hasta que salió la palabra ‘Fin’
en pantalla y el resto de los clientes, unos veinte o veinticinco, volvieron a
sus sillas. Recuerdo que le pregunté a la camarera, que se disculpó con
nosotros al ir a atendernos, si la habían visto de continuo. Me respondió que ella
era fan de las telenovelas y que era la única forma que tenía de entretenerse
por la tarde en un bar cuyos clientes eran personas mayores que iban a echar la
partida y a poco más. La diferencia, según me dijo, “fue que esta los enganchó a todos”.
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