Es verano y, aprovechando que tengo un poquito más de tiempo libre, este año he decidido hacer algo que no recuerdo cuándo hice por última vez. Me quiere sonar que en 2013, con Mentir para vivir, ahora Sobrevivir a ti. Ya llovió.
El pasado 16 de junio empecé a ver, al día, Monteverde, una de las nuevas apuestas de Televisa. Por un finde sin cobertura no la llevo al día, pero casi. Y sí, la compagino con Mi amor sin tiempo.
¿Por qué Monteverde? Porque este año se cumple una década de La vecina. Parafraseando su tema inicial, fue una inyección de vitaminas en una época muy complicada de mi vida. Recuerdo que muchos días La vecina era lo único capaz de sacarme una sonrisa o de hacerme echar una carcajada. El poder sanador de la ficción es incuestionable.
Me apetecía volver a ver La vecina, pero se estrenó Monteverde y me dio muchas vibes de la otra telenovela, como dirían los jóvenes. Así que, ni corto ni perezoso, me puse a verla. Con una parte de sus 80 capítulos ya vistos, puedo confirmar que Lucero Suárez ha vuelto a hacerlo: Monteverde es como San Gaspar, un lugar maravilloso habitado por personajes entrañables y donde todo puede pasar, hasta lo más surrealista, como la desaparición de un autobús, según se cree, a manos de un fantasma que habita en el bosque.
Es una telenovela sin más pretensiones que entretener y sacar sonrisas. Y eso es una gozada. África Zavala se está luciendo con un doble personaje de monja y Gabriel Soto lo está disfrutando como un crío. La química que tienen es bestial. Los arropa, además, un nutrido grupo de secundarios estupendos. No me extraña que sea la más vista de las que se emiten en México, porque lo vale.
Ya os contaré cuando termine, en octubre, qué tal en su conjunto. Por ahora, insisto, es la telenovela que le hacía falta a mi verano y a mi vida. Espero los comentarios de quienes la estéis siguiendo al día, a ver si coincidimos.
Comentarios