Un bloguero tiene al spam como uno de sus principales enemigos. No obstante, a veces se sofistica tanto que cuesta detectar si algo que parece spam en efecto lo es.
Desde hace varios meses recibo frecuentemente artículos para su publicación en este blog. No tendría nada de extraño si los artículos versasen sobre el género, pero es que no guardan la más mínima relación con él. Todos vienen de varias personas cuyas direcciones acaban en la misma extensión, la de una empresa de suministros eléctricos y de gas… o eso parece. Sin embargo, ninguno versa sobre lo cara que está la luz o los disparados precios del gas y los combustibles fósiles.
Hace unos días recibía el correo con el que abro la entrada, en el que me instaban a publicar, sin contraprestación ninguna, un artículo sobre el crecimiento de los ciberataques en 2021 y las formas con las que se pueden evitar.
Yendo atrás en el tiempo, me encuentro con otros artículos sobre el mundo digital o, este, sobre apps para reducir la huella de carbono:
Sí, como habréis observado en este último, si no les contestas –yo no contesto nunca– te lo reenvían amablemente invitándote a publicarlo.
Y así dos veces cada mes, como mínimo. No me negaréis que no son un poco cansinos y que se pasan. De todas formas, me sorprende este tipo de spam, porque no logro saber qué buscan exactamente. Lo habitual, como ya os enseñé en alguna ocasión, es que quieran vender algún disparate, desde la compra de órganos a productos para el vigor sexual masculino. También es común el spam que enmascara virus y estafas, con enlaces en los que haces clic y te revientan el ordenador y, muy probablemente, te armen alguna en el banco si usas la banca digital. Estos no sé qué pretenden, sinceramente. Como sé que entre vosotros hay personas expertas en delincuencia informática, agradezco cualquier opinión sobre este asunto, que ya os digo, me descoloca mucho y me molesta un poco, no lo voy a negar.
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