Estaba
con el concurso en marcha y no tuve tiempo para, en su momento, dedicarle unas
líneas a un hombre clave en la historia del género, fallecido a los 91 años, el pasado 27 de
junio. Hablo, como muchos habréis imaginado, de Valentín Pimstein.
Chileno
de nacimiento, llego a México justo en el momento en el que la televisión nacional
daba sus primeros pasos. Sin embargo, la televisión no era su objetivo. Llegó a
México con la idea de aprender de aquel cine que se producía en el país azteca
y que se exportaba a diferentes países de Hispanoamérica, entre ellos Chile. Él
mismo reconoció que si las cosas le salían bien, su siguiente destino sería
Hollywood.
Trabajó
con el director Gregorio Walestein, con quien aprendió lo importante que era
conocer desde dentro el oficio: fue chofer del director de iluminación,
asistente de este, del de sonido… Hasta llegar a ser la mano derecha de
Walestein, quien lo salvó en una ocasión después de ser detenido por robar unos
árboles en un mercado callejero. Justo cuando comenzaba a producir sus primeras
telenovelas, la televisión se cruzó en su vida e hizo que sus planes se trastocasen.
Se enamoró del medio y de las telenovelas, género que comenzó a producir en los
70.
Dicen
de él que era una persona que se dedicaba en cuerpo y alma a su trabajo,
teniendo dos reglas básicas: la primera, que lo único indispensable de una
telenovela era el vestuario y los decorados; la segunda, que ningún personaje
debía superar en carisma o popularidad a los protagonistas. No dudó, precisamente
por lo primero, en despedir a Lucía Méndez por indisciplinada cuando
protagonizaba “Vanessa” (1982).
Era
también un hombre consciente de algo en lo que muchos aún no han caído: quien
hace una telenovela hace un producto destinado a un público. Por ello, antes,
durante y después de cualquier proyecto recorría diferentes mercados recabando
las opiniones de la gente y tomando nota de sus ideas y propuestas. Un poco los 'focus group' que a través de internet o de empresas dedicadas a ello hacen los productores de hoy en día. El público
era esencial para él, y por ello no tenía reparos en ordenar a sus guionistas
cambiar totalmente el guión de un día para otro, o en reescribir incluso alguna
telenovela que estaba por comenzar a rodarse.
Deja
un legado de 110 telenovelas, según calcula su familia. La primera, “Gutierritos” (1958); la última, “María la del barrio” (1995). Entre
medias, grandes iconos del género como “Rosa
salvaje” (1987), “Colorina”
(1980), “Los ricos también lloran”
(1979) o “Corona de lágrimas” (1964).
Telenovelas cuyas historias han seguido viéndose en televisión, a través de ‘remakes’
y repeticiones. Entre sus discípulos
figuran nombres como Juan Osorio o Salvador Mejía, actuales productores de
Televisa.
Tras
jubilarse y ya de regreso en Chile, confesó que le hubiese gustado hacer una
telenovela basada en la Biblia, pero que en su época era impensable.
Se
le conoce como ‘El padre de la telenovela rosa’. Yo quitaría la última palabra:
Pimstein fue, junto a Ernesto Alonso (fallecido en 2007), uno de los padres de
este género con el que tantos disfrutamos.
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